Para 2030 sólo importará la imagen y no la música: Moritz Eggert en el Festival Cervantino

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Comenzó a correr alrededor del instrumento instalado en el atrio del pequeño salón de la Universidad de Guanajuato. Se posó, tocó frenéticamente, gesticuló en el dramatismo, se hundió en la tristeza, luego se fue al éxtasis. Levantó las manos, giró sobre el taburete, oprimió con la nariz las teclas más agudas, cerró la tapa del piano, la levantó, se palmeó por todo el cuerpo, luego sobre el piano y finalizó fulminado sobre el suelo.

Desde Munich, Eggert (1965), llegó a la edición 40 del Festival Internacional Cervantino (FIC), su tercera visita en Guanajuato, con un programa que inició con Sonatas and Interludes, de John Cage, de quien el pasado septiembre se celebró su centenario. Composición que data de 1948, la más importante para sus pianos preparados.

“John Cage es extremadamente importante, algunas veces incomprendido. A menudo sus conceptos son más valorados que su música. Si dices su nombre, inmediatamente piensas en 4:33 y el silencio.

“Su filosofía y sus escritos sobre música todavía son muy influyentes. Con Cage se dice que no puedes ir más lejos, que ya todo se ha hecho. Pero con él todo es un comienzo, después de Cage la música continúa su evolución. Su obra tiene una gran calidad musical”, fue su aproximación personal sobre el compositor estadunidense ante la prensa en conferencia previa.

Por momentos parece que pequeños bongós suenan desde la caja del piano de cola, entre las combinaciones de sonatas cortas e interludios. Notas sordas, a veces de guitarras, otras como suaves toques de xilófono. En el misterio, insertas entre las cuerdas, hay infinidad de tornillos, piezas de metal, incluso una tarjeta de crédito. Cage dejó especificaciones muy precisas sobre la intervención, que toma hasta 20 horas.

Eggert movió las manos como basquetbolista con la soltura del sube y baja del balón. A veces cierta furia aparece, intercalada con la cara mongólica, uno que otro bufido por la boca. “Un sonido muy propio, un mundo sonoro muy particular” expuso al casi centenar de escuchas antes de interpretar y a quienes promete una charla posterior al concierto sobre este extraño piano, pues al terminar la obra varios estudiantes subieron a curiosear el interior.

“Cada pieza es diferente. Lo que odio en la vida es repetirme”, expresó en la conferencia este compositor y pianista, quien ha experimentado con todos los géneros, ballets, música para ballet y teatro. Escribió un Oratorio al futbol, para la inauguración de la Copa Mundial FIFA Alemania 2006. Parte de la prensa alemana calificó su ópera El caracol de “vil porno”. Así el frecuente adjetivo de sacrilegio.

La segunda parte del programa surgió en Guanajuato, de hecho, cuando el cuarteto programado no pudo llegar y se vio obligado a improvisar al momento. Hömmerklavier ahora es un ciclo de 24 piezas, de las cuales eligió estrenar nueve en el Cervantino.

Previa descripción, desfilaron desde el desayuno en Tiffany’s, de la A a la Z, que incluye un fragmento de los 168 himnos nacionales de todo el mundo, de Afganistán a Zimbabue, resumidos en 12 minutos. “Cuando escuchen el de México pueden levantarse y dar un saludo. Sean libres”, pidió a los oyentes que circulaban de la risa nerviosa al asombro e incomprensión.

Un pianito rojo, en suma al gran instrumento, armónica, percusión, muy hombre orquesta, terminaron el recital, donde tocó de nalgas, literalmente. Un encore formado por 60 piezas de un segundo cada una, fue el toque final, que dejó sonriendo a todos, incluyendo a Eggert, un alemán que a leguas se nota se divierte con su trabajo.

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