La cumbre de jefes de estado efectuada en Caracas con el propósito de instituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) fue el escenario propicio para la emisión de fervientes discursos en torno a la unidad latinoamericana y al ejemplo de solidaridad legado por los líderes que en el siglo XIX proclamaron la fraternidad entre los pueblos de la región. Uno de los rasgos característicos del encuentro fue la ausencia de los Estados Unidos, al que algunos gobiernos centro y sudamericanos consideran antagónico a sus intereses. Hay severas críticas a la naciente organización, pues surge después de numerosas instituciones que con el mismo fin vienen operando en América Latina desde hace cinco décadas, y además no tiene un líder, una estructura, unos estatutos, un presupuesto, ni una sede definidos.
Ciertos politólogos ven en la Celac un retroceso, por el hecho de traslapar a organizaciones y objetivos ya existentes. En nuestro país los críticos le reclaman al Presidente Felipe Calderón la estridencia con la que organizó la reunión de la Celac, realizada en Cancún en Febrero de 2010. A nivel internacional los detractores del novel organismo cuestionan la integración de los países del Caribe inglés, argumentando que la pretendida integración latinoamericana se funda en aspectos comunes como la lengua, la cultura y los lazos históricos comunes entre las naciones latinoamericanas. Quienes enarbolan esta tesis sostienen que el mecanismo de diálogo con dichas naciones de habla inglesa debiera ser otro, distinto a su inserción en el nuevo ente.
Otro de los puntos polémicos de la Celac es su similitud con la Organización de Estados Americanos, con la única diferencia consistente en la exclusión de Estados Unidos y Canadá, por lo que no pocos analistas consideran una afrenta para las potencias del norte la gestación del nuevo agrupamiento, cuyo fin pareciera ser la segregación de los dos mayores países de América del Norte respecto al resto del continente americano.
Un asunto que también llama la atención, no obstante la pretendida comunión de intereses que persigue la Celac, es la diversidad de proyectos políticos y económicos que sostienen los países de la región; pues mientras México y las naciones centroamericanas han afianzado sus vínculos con Estados Unidos en virtud del combate conjunto al narcotráfico organizado que opera en esa subregión; Venezuela ha fortalecido sus relaciones con Rusia e Irán; y Brasil ha hecho lo propio con Francia y China.
Tal escenario indica que el camino a transitar por América Latina para su éxito en el porvenir se encuentra la subregionalización, y no en la constitución de una entidad integradora de países que no tienen los elementos para asumir una cohesión de carácter absoluto. Por ello los observadores acuciosos señalan como un error de Felipe Calderón haber impulsado con ahínco la formación de la Celac, ya que desde su punto de vista tal postura representa un desdén para el Grupo de Río, que durante años fue uno de los aciertos relevantes de la política exterior de México. El desempeño de un papel prominente por parte de nuestro país en la política latinoamericana no se logrará promoviendo la formación de organismos de naturaleza y objetivos inciertos, sino desplegando acciones reales que den a México una mayor y más eficaz presencia en el concierto de los pueblos latinoamericanos.
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