Ni las súplicas de su anciano padre ni el encarcelamiento de su mujer, lograron convencerlo de traicionar sus ideales; es, inconmensurablemente, uno de los héroes más significativos de nuestra historia, si no el mejor al triunfo e impedimento de la coronación empecinada de Iturbide y en el apoyo relevante hacia su compañero duranguense Guadalupe Victoria quien se convertiría en el primer presidente de México en 1824 y él en el siguiente, cuatro años después, impuesto por sus partidarios que rechazaron su derrota en las elecciones, mas solamente gobernó durante varios meses pues fue derrocado por su acérrimo enemigo, Anastasio Bustamante, quien se sabe se valió de un aventurero italiano llamado Francisco Picaluga para engañarlo, tomarlo prisionero y envolverlo en un juicio sumario (breve, lacónico) donde un Consejo de Guerra lo condenó al paredón de fusilamiento: “una descarga seca” en Cuilapam, Oaxaca, segó su existencia, pero nunca jamás su enorme y distintivo servicio nacional. Sus restos se encuentran en el Ángel de la Independencia del DF.
Así que todos los 14 de febrero también conmemoramos una fecha importante, la figura gigantesca de quien consumó la Independencia de México, el que fue acribillado antes de cumplir los 50 años de edad y que tenía un horizonte de vida que patrióticamente ya había sido recorrido en las campiñas sureñas, fieles testigos de aquel espíritu indomable de triunfador, el de Don Vicente Guerrero, señorón que hizo honor a su apellido y que si hubiera cedido a otras condiciones, los derroteros históricos serían diferentes… Cómo fue posible que el artífice de la independencia nacional acabaría sus días de esa manera, cuando la historia de México habría de considerarlo simple, sencilla y llanamente un mexicano inmortal…