Las dos caras y los propósitos de la intervención

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Guerra binacional en la que un país toma las decisiones principales y el otro carga con la mayoría de los costos. Como señalan los cables de la embajada Norteamericana  filtrados por wikileaks y analizados en un espléndido reportaje de Blanche Pietrich y Arturo Cano (La Jornada, 15 de marzo), “El intenso compromiso de los Estados Unidos con México” se ha traducido en un experimento fracasado, como reconoce la propia Janet Napolitano, en una estrategia que “se les fue de las manos”, como la multicitada “Rápido y furioso” y en Ciudad Juárez, tan solo, en más de siete mil muertos, millares de huérfanos, 230 mil desplazados y un desastre humanitario  aún no dimensionado.

 

 

 

Sin embargo, además de las “intervenciones oficiales desde arriba del gobierno norteamericano, además de que  importantes decisiones de la llamada guerra contra el narco hayan sido compartidas por el gobierno federal con autoridades norteamericanas,  incluso sin haber tomado en cuenta a gobernadores de los estados, como lo muestran los reportajes de Pietrich y Cano hay otros hechos que nos revelan que los Estados Unidos interviene de diversas formas en nuestro país. Algunos de ellos:

 

La penetración a México de armas  vendidas en los Estados Unidos. Lo de menos son las dos mil armas de asalto de la operación “Rápido y furioso”. Algunas fuentes señalan que cada año se permean a México cerca de 13 mil armas de este tipo.  La aprehensión del alcalde de la localidad fronteriza de Columbus, Nuevo México, Eddie Espinoza y parte de su equipo,  acusados de introducir ilegalmente armas de juego a nuestro país así como la operación antes citada,  no dejan duda sobre la participación de diversas instancias del gobierno norteamericano en el contrabando de armas.

 

El hecho de que importantes mandos de “Los Zetas”, quienes, previamente a desertar del Ejército Mexicano hayan sido entrenados en tácticas de contraisurgencia en Fort Bragg, Carolina del Norte, por  el Ejército de los Estados Unidos.

 

Las continuas incursiones en territorio mexicano, sobre todo en Ciudad Juárez, de sicarios pertenecientes a la banda de “Los Aztecas”, originada en Los Ángeles, California y El Paso, Texas.

 

La operación de facto de “Los Zetas”  como una especie de policía migratoria informal, “una migra de la muerte” para contener y regular perversamente el flujo de migrantes centroamericanos hacia los Estados Unidos.

 

El que importantes capos de los cárteles, como Edgar Valdez Villarreal, La Barbie, sean de nacionalidad norteamericana. Además, la presencia y operación con toda impunidad de cientos de narcos mexicanos en las ciudades norteamericanas. La vertiginosa aprehensión de 600 de ellos luego del asesinato del agente norteamericano Jaime Zapata, en San Luis Potosí no hace más que revelar que en los Estados Unidos hay una amplia base operativa del narco  que es tolerada mientras no transgreda ciertas reglas.

 

Entonces, los Estados Unidos intervienen con doble cara en México en este contexto de “guerra al narcotráfico”: por un lado, agudizando el terror que vive la población mediante la introducción de armas que van a parar a los grupos de sicarios; la operación de grupos paramilitares que matan a gente inocente;  el servir de base y retaguardia estratégica para sicarios como “Los Aztecas” o “Los Zetas”. Por otro lado, en la medida en que lo anterior genera más violencia y más terror, interviniendo más y más en las decisiones estratégicas y hasta tácticas del gobierno mexicano en esa guerra  para lograr incluso el “envío de una fuerza de tarea” del ejército norteamericano para ayudar al débil, indeciso y corrupto sistema mexicano a combatir al crimen organizado.

 

Si a pesar de todas estas formas de intervención no se ha logrado ganar la guerra contra el narco; si el propio gobierno de los Estados Unidos reconoce su aparente fracaso, esto quiere decir que tal vez el objetivo final de dicho gobierno no sea precisamente el aniquilar al crimen organizado.

 

En este contexto merece reflexionarse la hipótesis que plantea Andrew G. Marshall en un trabajo publicado por Global Research, titulado: “Perpetrar terror, para provocar terror…y reaccionar ante el terror”.  Según Marshall luego del 11 de septiembre, tanto la CIA como el Pentágono le habrían presentado al gobierno de Bush Jr. sendas propuestas para prevenir ataques terroristas por medio de labores de inteligencia y grupos paramilitares encubiertos.  Esto se basaría en experiencias utilizadas en Irlanda del Norte por el gobierno británico y en El Salvador en los años ochenta por la administración Reagan. La operación de esos grupos encubiertos consistiría en lanzar ataques terroristas y asesinar personas inocentes, sobre todo de la oposición política para generar un ambiente de terror que permita la intervención ya formal de los Estados Unidos en el país en cuestión.

 

¿El propósito? Mantener la ya muy debilitada hegemonía norteamericana en la región. Si en lo económico el avance de China, la India y Brasil ya les causa problemas; si en lo político el ascenso de gobiernos de izquierda en Centroamérica desafía su dominio regional, es necesario cuando menos extender su manumisa sobre el patio trasero, hasta Centroamérica.

 

Así, el ciclo intervención-terror-intervención sería la única forma de mantenernos adheridos al decadente imperio americano. Ante esto, el gobierno mexicano se ha mostrado como todos lo sospechábamos:  lento y temeroso.

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