Descubre cómo celebran los rarámuris a la Semana Santa, mejor conocida por ellos como Norírobo, cuyo ciclo festivo empieza el día de la Candelaria y continúa hasta el Sábado de Gloria.
Enclavado en la Barranca del Cobre, en plena Sierra Tarahumara, y al margen del río Urique, se localiza el poblado de Wapalaina, centro cívico y religioso del ejido del mismo nombre conformado por una gran cantidad de ranchos y caseríos dispersos varios kilómetros a la redonda. La población es mayoritariamente rarámuri, o tarahumara, grupo que se caracteriza por la diversidad de sus rasgos culturales; la base de la alimentación del rarámuri es el maíz, que se utiliza de muchas maneras tanto en su vida cotidiana como en las fiestas. Esta gramínea no sólo es la esencia de su sustento sino que llega a convertirse en el elemento central de su vida religiosa. Por esta razón podemos considerar a los rarámuris como una de las culturas del maíz, cultivo generoso, base de la subsistencia humana en toda la sierra.
EL CICLO FESTIVO
Como toda religión agrícola, las ceremonias rarámuris se rigen por un calendario festivo. La vida ritual del tarahumara se organiza en función de los ciclos naturales, y en particular del ciclo agrícola. A partir de la evangelización los misioneros introdujeron el calendario litúrgico cristiano, pero los tarahumaras aún conservan algunos rituales propios, de ahí que en la actualidad las fiestas se dividan en dos grupos: las nativas y las cristianas. El ciclo festivo anual se divide en tres grandes periodos: el ciclo de la Semana Santa o Ciclo de Fariseos, que inicia el día de la Candelaria; el ciclo del Yúmari, que corresponde al periodo que va de la siembra a la cosecha; y por último, el Ciclo de Navidad o de Invierno, también llamado Ciclo de Matachines, que concluye el día de Reyes.
LA SEMANA SANTA
Para el rarámuri las prácticas religiosas constituyen el aspecto más significativo de su vida ritual. La Semana Santa es la fiesta “más grande”; en ella se concentran los rasgos más representativos de la religión rarámuri. La fecha de esta celebración está definida a partir del plenilunio de primavera, el cual coincide con el inicio del ciclo agrícola en la sierra. La tierra se renueva, y con ella la vida del tarahumara. De esta manera las religiones rarámuri y cristiana se integran por medio del simbolismo de renovación de la tierra y del hombre, representadas de un lado por ritos de fertilidad y, del otro, por la pasión de Cristo.
LA ORGANIZACIÓN
A la Semana Santa los rarámuri la llaman Norírobo, que significa “dar vueltas”. El día de la Candelaria se nombra al morogápteri o “gobernador de la Semana Santa”, el cual recibe temporalmente el bastón de mando del síriame o gobernador tradicional; su cargo dura del día 2 de febrero al Sábado de Gloria. El morogápteri nombra a su vez a dos mahinates o jefes de los grupos de diablos y fariseos. En Wapalaina los fariseos representan a los soldados de Dios, que dirigidos por sus capitanes se encargan de mantener el orden durante toda la festividad.
Entre los fariseos eligen a niños o adolescentes de entre ocho y quince años, y desde esa edad los van iniciando con un compromiso en la fiesta. Los diablos o judíos son los soldados del diablo. Ellos representan el mal; danzan, juegan y bromean con el judas, al cual consideran su “tatita”. Los diablos se pintan el cuerpo y preparan el batari, la bebida ritual de la celebración. Diablos y fariseos tienen que cumplir durante tres años consecutivos, y lo hacen con gusto; sólo motivos de trabajo, enfermedad o emigración pueden justificar su ausencia.
EL DOMINGO DE RAMOS
En las celebraciones de Semana Santa, el templo y el arroyo Picurucho son los lugares donde se realizan los momentos más significativos del ritual. Como cada año, el Domingo de Ramos los tambores anuncian el principio de la Semana Santa y la llegada de los tarahumaras a Wapalaina. La gente baja entonces de los diversos ranchos que forman el ejido. Los fariseos, por su parte, llegan del arroyo y recorren tres veces la mitad del atrio para llamar a la gente a iniciar las procesiones, la cual sigue el recorrido por el Vía Crucis. El misticismo y el tono festivo son características permanentes del ritual; los músicos entran a la iglesia ejecutando un violín, una flauta y un tambor. La melodía es triste y melancólica, profundamente mística y a la vez serena, que nos ubica en el tiempo de la Semana Santa, y representa el dolor por la muerte de Cristo.
Frente al altar, el remitique o fiscal, y una tenancha, preparan la procesión para recorrer el Vía Crucis. La comitiva tiene el siguiente orden: primero va un rarámuri con la cruz descubierta (ésta lleva colgado un rosario), después un hombre carga en brazos a San Antonio, dos niños con una vela cada uno y dos fariseos “chiquitos”; luego va la fiestera, después una mujer con la Virgen de la Concepción y tres tewecas (muchachas), cada una con una vela, y otros dos fariseos “chiquitos”, junto con el rezandero. Una tenancha sahúma con copal a los santos. Al finalizar las procesiones el fiscal y el rezandero pronuncian un sermón en la entrada del templo. El sermón o nawésari cumple un papel muy importante en la preservación de la tradición.
EL BATARI
A los diablos les corresponde preparar el batari. Después de cortar las pencas del maguey de mezcal, éste se hornea en un hoyo bajo tierra para posteriormente machacarlo y extraerle el jugo. Elaborar el batari es un compromiso que se cumple con gusto, y su preparación anuncia la llegada de las celebraciones, creando una atmósfera festiva; asimismo, este compromiso trasciende y articula una actividad colectiva de doble carácter: el trabajo y el ritual.
EL JUEVES SANTO
En el poblado, el Jueves Santo por la mañana los tambores anuncian la llegada de los tarahumaras. En el arroyo los fariseos decoran sus picas y arman las cruces que posteriormente colocaran para guiar el Vía Crucis. Las mujeres ocupan el extremo del atrio del templo en espera de la procesión. Los diablos se pasean por el pueblo con una actitud ya propia de los personajes: despreocupados, lúdicos y vaciladores.
EL VIERNES SANTO
El Viernes Santo por la mañana los diablos elaboran el judas y lo visten como mestizo. El judas representa al mal, pero también se puede relacionar con algún culto primigenio sobre la fertilidad. Se realizan tres procesiones siguiendo el mismo orden del Vía Crucis. Diablos y fariseos salen corriendo hacia la casa ejidal, y cuando regresan el jefe de los diablos trae en hombros al judas. Atrás de la iglesia los diablos se forman para “saludar” a su “papá”, simulando el saludo tradicional al gobernador pero con una actitud lúdica y obscena. Posteriormente se dirigen hacia el arroyo Picurucho, donde se van reuniendo diablos y músicos para comenzar la danza. Cuando se han reunido todos, inicia el rito batárico, que consiste en ofrendar el batari a Onorúame, hacia los cuatro puntos cardinales. Después inicia el ceremonial de la pintada. Poco a poco dejan la danza, se alejan del grupo y bajan al río, se quitan la ropa y se bañan para pintarse.
La pintura la preparan con arcilla blanca y carbón mezclados con agua. Tarahumaras y sabochis, incluso algunos niños, se dedican a pintar a los diablos, y en ocasiones, esto se realiza diablo con diablo. Con toda paciencia el diablo se va transformando. Ahora la mirada es profunda y la sonrisa parece más blanca y lúdica. Su cuerpo ha cambiado, así como su actitud. El tarahumara se cubre el cuerpo con tizne y tierra como símbolo de la fertilidad y de su sustento. Entonces la pintura lo transforma, lo transmuta en la tierra misma. Las figuras que se dibujan en su cuerpo pueden semejar las líneas naturales de algunos animales: un tigre, un coralillo o un zorrillo. El rito batárico tiene las características de un ritual propiciatorio, la bebida sagrada se ofrece a Dios a los cuatro puntos cardinales. Dios, Onorúame para los rarámuri, les enseñó a hacer batari y se pone contento cuando se lo ofrecen. Se bebe batari para llenarse de la esencia del fruto de la tierra, para embriagarse y entrar en comunión con Dios, para liberar al espíritu religioso.
Bajo los efectos del batari la danza es más intensa, aumentan los gritos, el juego y el movimiento, hay euforia y gozo. No existe un orden en el grupo de los diablos, el principio es el desorden. El capitán organiza e indica el momento en que hay que pintarse, el momento de repartir el batari y la hora de regresar. Como una procesión que sigue al judas, los diablos y el resto de la gente regresan al poblado, donde hay una gran expectación por su llegada. La procesión vuelve a salir. Cuando hacen la parada frente a la casa de los diablos se inician las luchas de diablos contra fariseos. Generalmente los diablos son dos o tres veces más que los fariseos, pero la pelea es de uno a uno. La pelea es a tres caídas; si cae tres veces un diablo se lo llevan al templo; si el que cae es un fariseo se lo llevan a la casa de los diablos.
Todo aquel que cae preso es canjeado por kórima, tributo que el jefe de cualquiera de los dos grupos entrega al otro para que le devuelvan al prisionero. Generalmente entregan cigarros o tesgüino. La noche y la madrugada son frías, por lo que los diablos necesitan danzar y beber tesgüino para soportar el clima. Así, el jefe de los diablos ofrece a los fariseos dos ollas de tesgüino. Después diablos y fariseos se van al arroyo Picurucho donde hay dos ollas de tesgüino que el jefe de los fariseos ofrece a los diablos. Ambos lo comparten hasta que se termina, y algunos conviven hasta el amanecer.
EL SABADO DE GLORIA
La celebración termina el Sábado de Gloria; ese día se conmemora la resurrección de Cristo y con ésta el fin del mal, simbolizada por la muerte de los diablos y la quema del judas. La gente se reúne en el atrio del templo; los diablos danzan o juegan, la pintura casi ha desaparecido de su “cuerpo”.
Del lado derecho del templo el pascolero baila. Los diablos entran al templo por su propio pie u obligados por los fariseos, quienes cuidan que ninguno quede afuera. Todos los diablos están dentro del templo, se sientan o se tiran en el piso y ruedan sobre sus costados. Entonces cambia su actitud, ahora están cansados, tristes, nostálgicos. De esta manera reciben castigo o penitencia. Los fariseos entran al templo y poco después repican las campanas; entonces diablos y fariseos salen corriendo y se inician las luchas a tres caídas los unos contra los otros. De manera individual nuevamente representan la lucha del bien contra el mal. Si ganan los diablos, habrá ventarrones y granizo, por lo que la siembra podrá malograrse, pero si resultan victoriosos los fariseos, la milpa crecerá sana y las cosechas serán abundantes. Los diablos entregan su bordón al gobernador de la Semana Santa, lo que significa que ya cumplieron por ese año. Saludan al gobernador tradicional y a los mahinates. Entonces se representa la muerte del judas.
En el atrio, el judas es lanceteado, picado y desmenuzado por los fariseos. Después lo queman junto con todos los bordones de los diablos. La gente comienza a irse, pero varios se quedan a escuchar el sermón, que refuerza la idea y el sentido del fin de la fiesta. Cristo vino al mundo para salvar al hombre, pero en la Semana Santa muere como rarámuri. Cuando un tarahumara muere le hacen fiesta y le gritan fuerte para que suba al cielo; en la Semana Santa gritan fuerte porque tatita Dios está muerto y para que despierte y suba al cielo. De esta manera le dan un sentido propio a la resurrección. La quema del judas representa el aniquilamiento del mal y el fin del tiempo litúrgico. Pero la fiesta para los tarahumaras aún no termina. En el arroyo Picurucho danzan juntos quienes fueron diablos y fariseos, encabezados por el gobernador. Se vuelve a ofrecen el batari a los cuatro puntos cardinales y se danza otro poco. Posteriormente, los que han danzado reciben el saludo del gobernador y sus segundos, entonces ocurre el cambio de cargo, en donde el mahinate y los capitanes entregan los bastones de mando al gobernador tradicional. Todos comen y participan de una gran comida comunal. Maíz, chivo, tesgüino y batari. Todo lo que son, todo lo que tienen, en este momento lo comparten con quien esté presente