Francisco Moure, el glorioso autor del vals Julia

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Desde muy joven se aficionó a la música. Su padre, excelente flautista, enseñó al hijo las primeras notas y lo fue llevando por el camino de los sonidos que se entrelazaban y daban paso a las bellas melodías que impresionaron al pequeño Francisco, al grado de hacer de la música su único mundo. Uno solo de sus 50 o 60 valses escritos habría sido suficiente para que el nombre del sencillo compositor y músico chihuahuense fuera conocido no sólo en su estado natal, sino en todo el país y más allá de nuestras fronteras.

 

Desde muy joven se aficionó a la música. Su padre, excelente flautista, enseñó al hijo las primeras notas y lo fue llevando por el camino de los sonidos que se entrelazaban y daban paso a las bellas melodías que impresionaron al pequeño Francisco, al grado de hacer de la música su único mundo. Uno solo de sus 50 o 60 valses escritos habría sido suficiente para que el nombre del sencillo compositor y músico chihuahuense fuera conocido no sólo en su estado natal, sino en todo el país y más allá de nuestras fronteras.

 

 

En la ciudad de Chihuahua era común ver al maestro actuar con los más distinguidos grupos, o bien en las populares serenatas que por las tardes se ofrecían con la Banda de Música del Estado en los diferentes parques de la ciudad y en forma especial los domingos, cuando el gran grupo actuaba en el quiosco de la Plaza de Armas deleitando a cientos de personas que disfrutaban de alegres polkas, vigorosas marchas, estupendas piezas clásicas y, por supuesto, a petición de todos, el vals que era inspiración de aquel director que, batuta en mano, serio y enérgico, se convertía en eje y punto central de los integrantes del gustado y siempre ovacionado conjunto: el vals Julia. Su autor, el maestro don Francisco Moure, un hombre delgado, de cabello lacio, regular estatura y un fino humor que le ganaba el afecto de todos, pero que sabía ser estricto con cada uno al momento de ejecutar sus interpretaciones.

A los 13 años ya era un consumado violinista que actuaba con los grupos donde su padre tocaba y, lógicamente, aprendía más sobre los secretos de aquel instrumento al que arrancaba suaves y delicadas notas. El joven Moure pronto sintió el toque de la inspiración y comenzó a componer tiernos valses, que con su grupo se fueron popularizando en los bailes, fiestas o lugares donde se presentaban. La lista de títulos se alargaba y entre los más conocidos están Primavera de amor, Los besos que te di, Carlota y muchos más en los que el autor dejaba su sentimiento hecho melodía.

En 1927 llegó el instante que habría de consagrar a don Francisco Moure al escribir la letra y música del vals que se inmortalizó y que al paso de los años sigue siendo del gusto de miles de personas que lo escuchan en las diferentes versiones en que ha sido grabado y al que puso por nombre Julia, ya que la musa inspiradora fue Julia Quevedo, radicada en El Paso, Texas, según decir del hijo del compositor, del mismo nombre y apellido.

De los salones o los jardines donde se interpretaba por todos los conjuntos de la ciudad, pronto el vals Julia voló a otras latitudes; llegando a la ciudad de México de inmediato fue aplaudido y una conocida marca de discos lo grabó, siendo su primera interprete la extraordinaria cantante Margarita Cueto, que alcanzó un magnífico éxito con aquella versión. El maestro Moure recibió con modesta actitud las muestras de felicitación de sus compañeros músicos y del público. Más tarde el vals sería grabado por diferentes orquestas y luego llegaron voces como las de Javier Solís, Humberto Cravioto y tantos otros intérpretes que han hecho también de esta inmortal composición del chihuahuense un verdadero éxito. Otro de los valses de don Francisco Moure que alcanzó fama a través de numerosas grabaciones lleva por nombre Salvador, del que existen diferentes versiones en varias marcas disqueras.

Desde luego que la producción del violinista y compositor chihuahuense no quedó en valses únicamente, pues dedicó mucho de su tiempo a escribir marchas, himnos y alegres polkas, como San Diego y La calle 7, que forman parte del repertorio de numerosos conjuntos norteños y las han grabado diferentes grupos, ya que el estilo, la alegría y el corte de estas piezas musicales es reflejo de calidad en la composición, marcando positivamente la categoría de su autor como un magnífico músico.

Si bien en los primeros años de su infancia y juventud no logró realizar mayores estudios que los de primaria, Francisco Moure tuvo después la oportunidad de tomar cursos para estudiar composición, armonía y contrapunto, convirtiéndose además en un reconocido arreglista, por cuyas manos pasaron infinidad de hojas con la letra y música de canciones de los compositores que dejaban al maestro el trabajo de pulir sus obras.

Su excelente dominio del violín, además de sus ejecuciones en piano o viola, llevaron a don Francisco a ser integrante de los conjuntos que en Chihuahua crearon fama, alternando con el profesor Ernesto Talavera, Carlos Pérez Márquez, Antonio Maguregui y muchos más, siendo incluido en la Orquesta Sinfónica de Chihuahua donde llegó a destacar como primer violín. Antes viajó a Los Ángeles y tuvo oportunidad de formar parte de la Orquesta Internacional, que fue uno de los primeros grupos que grabaron el vals Julia. Participó en varios conciertos en diversas poblaciones de la Unión Americana y muchas otras de México, donde siempre se le reconocía el mérito de músico y magnífico compositor.

En 1928, cuando la fama llegaba a su puerta luego de haber salido al cielo musical su vals Julia, el compositor Moure contrajo matrimonio con la que sería su compañera inseparable y además severa crítica de su música, doña Anita Beltrán. Tuvieron dos hijos, Cecilia Alicia y Francisco.

En el año de 1944 fue designado director de la Banda de Música del Estado de Chihuahua. De inmediato se dio la tarea de realizar infinidad de arreglos de las selecciones más populares, entre las que se incluía música clásica, boleros y numerosas canciones rancheras que eran objeto de un cuidadoso trato para su presentación con la banda y se convertían así en estampas que pronto se hicieron favoritas de un público cada vez más numeroso, atraído por aquel estupendo conjunto que era la banda, con la dirección magnífica del maestro Moure.

Don Benjamín Tena Antillón nos dice que luego de uno y otro de sus triunfos y conteniendo apenas la emoción, agradeció de pie el cálido aplauso de aquel público que le entregaba su cariño cuando las notas del hermoso vals se extinguían lentamente. Sonrió ligeramente y, con su modestia de siempre, recibió el pergamino que se le otorgaba en aquel homenaje que se llevó a cabo en el imponente Auditorio Nacional de la ciudad de México, donde se premiaba a varios compositores mexicanos en un acto celebrado a fines de los años cincuenta.

Francisco Moure falleció el 27 de diciembre de 1964. Su funeral, en el Panteón de Dolores, fue todo un acontecimiento y reunió a músicos, cantantes y muchos que habían apreciado el valor que para el arte representa el destacado compositor y magnífico violinista, autor de otros títulos como San Diego, Los besos que te di, Edith, Carlota, Aquel amor (o Atardecer, con letra de Anita Beltrán, su esposa), Bon amour, Primavera de amor, Mío, Sueño y realidad, Viva Enríquez, Vals de las calabazas y el danzón El coyote.

Estaban también presentes los integrantes de la Banda de Música del Estado, de la que fue director hasta ese día de su desaparición física y estuvieron flotando en la fría mañana en que sus restos bajaron a la tumba las notas bellas, delicadas y tiernas del bellísimo poema de José Porras Núñez hecho vals con la magia musical de Francisco Moure: Julia.

 

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