Florencia se rinde ante Miguel Ángel en el 450 aniversario luctuoso del artista

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En su natal Florencia, el artista recibe un homenaje con exposiciones y actos que se desarrollarán durante el año, entre los cuales destaca la muestra Re-conocer a Miguel Ángel en la Galería de la Academia (terminará el 18 de mayo), con curaduría de Monica Maffioli y Silvestra Bietoletti, realizada en colaboración con Fratelli Alinari, que además de museo es la casa fotográfica más antigua del mundo con un archivo de 4 millones de fotografías.

La exposición analiza el interés que la escultura de Miguel Ángel ha despertado entre creadores y fotógrafos desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días, a través de 130 obras. La fotografía es la protagonista, revelando la importancia de este medio en la difusión y goce de la obra del artista.

Viaje introspectivo

La fascinación que la obra de Miguel Ángel despierta en la cultura contemporánea, eficazmente ejemplificada por Thomas Struth en la serie Audience (2004) –donde la cámara no capta la obra, es decir el David, sino a los turistas mientras la observan– ha tenido altibajos.

La apreciación de Miguel Ángel, hoy al límite de la parodia y la banalización, es fruto de una asimilación de gusto algo reciente.

La celebridad que gozó en vida comenzó a resquebrajarse en el clima contrarreformista que por motivaciones moralistas, pondría en discusión la obra del gran florentino. Una señal temprana de este cambio se vislumbra cuando tan sólo un mes antes de su muerte, el Consejo de Trento determinó “cubrir” con taparrabos los desnudos del Juicio Final, por “obscenos”.

Con el nuevo siglo, a pesar de que los máximos artistas del seicento como Caravaggio, Rubens, Velázquez y Rembrandt se inspiraron en su obra, la crítica la consideró tosca, desgarbada.

Fue hasta el romanticismo cuando se redescubre la importancia de Miguel Ángel, su obra se torna compatible con una época que privilegia la exuberancia emotiva, contrapuesta al equilibrio formal del neoclasicismo cuyo modelo había sido Rafael.

Stendhal, de modo prematuro, consideró a Buonarroti un potente modelo para la vitalización cultural de una nueva época. Uno de los primeros en cosechar de esa semilla fue Eugène Delacroix quien le dedicó reflexiones en su diario, además de la pintura Miguel Ángel en su atelier (1849-53), mostrándolo pensativo y melancólico.

Lo mismo sucedió en Italia, pues en vísperas de la unificación fueron apreciadas sus virtudes artísticas y cívicas que inspiraron a muchos artistas de la época.

Organizada de manera cronológica, la muestra lleva por un viaje introspectivo hecho de imágenes, develando este proceso, descubriendo un Miguel Ángel en diálogo con los cambios de la historia y sus cánones estéticos.

El recorrido se inicia con tres obras en técnicas distintas de la primera mitad del siglo XIX, que representan la Plaza de la Señoría con su característico despliegue de esculturas, entre las cuales está también el David.

La importancia que la obra del Buonarroti va adquiriendo, coincide con el nacimiento de la fotografía. La primera toma es del Moisés, de San Pedro en Vincoli en Roma, de Amèlie Guillot-Saguez, de 1947; y pocos años más tarde el David fue también fotografiado como escultura autónoma.

En 1873 fue removida y colocada en su sede actual para protegerla de la intemperie y el deterioro ambiental; en su lugar dejaron una copia.

Después de los Uffizi, la Academia es el museo más visitado de Italia, donde además del David están los cuatro Prisioneros colocados en 1908, entre pintura medieval y renacentista que formaba parte de la colección de la Academia de Bellas Artes, la más antigua del mundo y que este año cumple también 450 años, en cuya fundación participó Miguel Ángel.

Los grandes fotógrafos del siglo XX y del actual han confrontado la obra de Miguel Ángel.

Miguel Ángel, quien vivió sus últimos 30 años en Roma, donde murió tras una breve enfermedad, pidió ser enterrado en Florencia.

Según testimonió Vasari, los romanos se negaron a que se lo llevaran, querían sepultarlo en la basílica de San Pedro. Su sobrino Leonardo tuvo que transportar en secreto la salma. Quedó en la iglesia de la Santa Cruz y el funeral efectuado meses después por voluntad de los Médici, fue un acto dispensado sólo para príncipes. La Jornada

 

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