Hoy esa nación vive con angustia los adversos efectos derivados de diversas problemáticas de índole económica, política y social manifestados a través de la carestía desbordada de los bienes de consumo, el desabasto de alimentos y otros productos básicos, la censura política, la falta de libertades democráticas y la profunda irritación social. Venezuela, que al igual que Argentina y Brasil, se halla dirigida por un gobierno de izquierda, enfrenta junto con estas dos naciones una seria crisis económica producida por la errática conducción económica a la que sus gobernantes han sometido a estos países en los recientes años. Sin embargo, el caso venezolano es de magnitudes más severas debido al quebrantamiento persistente y sistemático que Chávez y Maduro lograron imponer contra las fundamentales libertades civiles, políticas y económicas de los venezolanos.
Los resultados de todo ello son públicos e inocultables. Hoy el mundo ve a una Venezuela sumida en el descrédito internacional a raíz de la ausencia de un estado de derecho centrado en la protección de las libertades y los derechos universales de los ciudadanos. La represión y los atropellos que el gobierno de Maduro ha cometido en las recientes dos semanas contra las marchas y protestas realizadas por la sociedad son muestra clara de ello: cinco jóvenes muertos, 200 heridos y más de 100 detenidos. La economía, el empleo y el producto interno bruto de Venezuela se hallan colapsados, mientras que la inflación, la falta de competitividad económica, la corrupción imperante en los organismos estatales –principalmente los encargados de la explotación petrolera- y la desconfianza de los capitales de inversión extranjeros, cobran cada día más fortaleza.
Mientras en el entorno internacional prácticamente no hay estado que se atreva a validar los desatinos cometidos por el “chavismo”, el repudiado dictador sirio Bashar al Assad -cuya represión para mantenerse en el poder contra la voluntad de su pueblo ha dejado más de 140 mil muertos en los últimos tres años-, tuvo la ironía de divulgar hace unos días un mensaje de solidaridad y apoyo a su colega Nicolás Maduro, aduciendo como motivo central de dicho manifiesto “el intento de sembrar caos que se produce en países seguros y estables como Siria y Venezuela”.
La situación en Venezuela parece tornarse cada día más difícil tanto para el gobierno de Maduro como para los ciudadanos venezolanos, quienes ante la escasez de insumos elementales para la vida cotidiana y la debacle económica que atribula a la nación, han decidido tomar las calles para protestar abiertamente frente a un aparato gubernamental que en tres lustros demostró su incapacidad para cumplir las promesas de establecer en ese país el socialismo. Mientras vivió el presidente Hugo Chávez, su carisma y las excesivas erogaciones de dinero destinadas al otorgamiento de toda clase de apoyos y subsidios le permitieron mantener la tranquilidad en amplios sectores populares de sus gobernados, al infundir en ellos la esperanza de un prometedor porvenir. Después de muerto el comandante Chávez, le ha tocado a Maduro enfrentar su realidad personal, así como el drama colectivo al que su maestro político y antecesor llevó a la patria; hoy el presidente actual sabe que no solo carece de la innata simpatía que su padrino Hugo Chávez proyectaba al pueblo, sino que tampoco cuenta con recursos financieros para mantener la artificial estabilidad económica y social que Chávez construyó dilapidando cuantiosos fondos del erario.
La circunstancia objetiva es que pese a ser el país con mayores reservas petroleras del mundo, ahora Venezuela está en la ruina financiera, política y social, situándose sin duda en la antesala del fin de un largo período de gobiernos demagógicos cuyos promisorios discursos ideológicos han quedado sepultados por la evidencia de un errático e irresponsable manejo del Estado, caracterizado por el despilfarro y la insolencia. Preso de la desesperación y el temor, Maduro ha comenzado a desplegar la cara más hostil del régimen totalitario que heredó de Chávez, empezado a revelar los aspectos más crueles de su intolerancia y opresión. El resultado de ello son las cotidianas agresiones cometidas por las fuerzas armadas contra el pueblo cuyos muertos engrosan cada día la estadística sangrienta del chavismo y provocan el hartazgo de la sociedad.
Los días del presidente Nicolás Maduro, aún Jefe de Estado de Venezuela, parecen estar contados. La significativa importancia geopolítica y económica de este país petrolero hoy convulsionado, ha puesto en él los ojos de la comunidad internacional y de la disidencia interna. Es previsible que de un momento a otro se dé en Venezuela un golpe de estado. También es imaginable la intervención de intereses extranjeros en lo que se percibe ya como el inminente desenlace de una etapa inédita del devenir de esa nación, que sin duda vendrá acompañado de un viraje ideológico y político que confinará en las crónicas históricas el malogrado proyecto hegemónico Chávez-Maduro, que causó empobrecimiento y desilusión en un pueblo entero. El gobierno de Nicolás Maduro está entrando en un laberinto sin retorno; el ocaso del chavismo parece estar anunciado.